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Gedicht

Armando Romero

NO WOMEN, GIRLS, OR FEMALE ANIMALS

From this point on there will be no more women.
The gangplank has been lifted and there they are
    in the distance, waving.
Their presence will be erased, perhaps a phone call,
    a post card to be sent from Daphni.
There will be no more dresses flapping on the clothesline like
flags.
No touch of perfume against the afternoon.
No one will wear lipstick or their hair down.
Mount Athos, upright and tall, will be all Zeus and no Venus.
Hips will be narrow and the cry of a baby an illusion created
by a bird or small pig.
Indeed there will be fish, but not the mirror of their scales.
The peal of high heels will not resound through monastery halls.
There will be a certain lack of order, that indescribable
    discipline that they bring with them.
Gone will be the silence which comes with their silence,
    gone the joy, the rage, the torment.
An old tale has it that an enraged icon of the Virgin chastised
    Empress Pulcheria when she visited the Vatopedi monastery: “Not
    another step. Here another queen reigns and it is not you.”
No woman, girl or female animal will walk along the paths, up the
    mountains or through the quarters of the transported monks.
(Though it is true that in Pantokratoras I saw hens preceded by
    chicks and in Docheiariou she-cats wailed for toms).
“Copulation is permitted only with the Divinity,”
    said Brother Palamas in his Oxford English.
“Only at night do prayers bless our souls,”
    said the hermit at Santa Ana.
“The Dirty One”, a monk's apprentice who even from a distance
emanates a wide variety of odors, laughs in his mumbled Greek
and serves the older monk: “There never has been nor will there
ever be women in this sanctuary,” he says.
And what would it be like if they came and cleaned up everything?
    we ask ourselves.
We won't be seeing women for days and we already need them
here and now.
Not here,  we decide.
Let's end this just knowing they exist
and that because of them we exist.
Just like these monks who watch them from a distance.

NADA DE MUJER, HEMBRA O ANIMAL FEMENINO

NADA DE MUJER, HEMBRA O ANIMAL FEMENINO

De aquí en adelante ya no habrá más mujeres.
Se levanta el puente sobre la cubierta y ellas allá,
    a la distancia, saludando.
No habrá de ellas más presencia, tal vez una llamada
    por teléfono, una postal para enviar desde Daphni.
No estarán sus vestidos como banderas columpiándose en las
    alambradas.
Ni el roce de un perfume contra la tarde.
Nadie llevará rouge en los labios, el pelo suelto
    contra la espalda.
El monte Athos enhiesto será todo Zeus mas no Venus.
Las caderas serán estrechas y el grito de un niño la ilusión
    de un pájaro o un cerdo pequeño.
Habrá peces sí pero no el espejo de sus pieles.
Por los corredores de los monasterios no repicará el
    taconeo de sus zapatos.
Ausencia habrá de cierto orden, la inefable disciplina que
    conllevan.
No habrá el silencio que viene con su silencio, ni alegría,
    ni rabia, ni tormento.
Narra la historia que un icono de la Virgen, furioso,
    le incriminó a la emperatriz Pulcheria cuando
visitaba el monasterio de Vatopedi:
“No sigas adelante, en este lugar     hay otra Reina y no eres tú.”
Nada de mujer, hembra o animal femenino caminará entonces por    
veredas, montes o el cuartel de los monjes alucinados.
[Cierto es que en Pantocrátoras vi gallinas precedidas de
    polluelos y en Docheiariou maullaban gatas por los gatos]
“Sólo con la divinidad es la cópula permitida”, decía el monje
    Palamás con su acento de Oxford.
“Sólo en la noche la oración bendice las almas”, decía el eremita
    de Santa Ana.
“El sucio”, un aprendiz de monje que a todo huele a la distancia,
    ríe en su griego de entredientes y al monje mayor sirve: “No
    hubo ni habrá mujeres en este santuario”, dice.
¿Y cómo sería si ellas vinieran y lo limpiaran todo?, nos preguntamos.
No ver mujeres por días y ya ahí mismo nos hacen falta.
No aquí, decidimos.
Dejemos esto para saber que existen,
y que por ellas existimos.
Lo mismo estos monjes que las ven a la distancia.
Armando  Romero

Armando Romero

(Colombia, 1944)

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NADA DE MUJER, HEMBRA O ANIMAL FEMENINO

De aquí en adelante ya no habrá más mujeres.
Se levanta el puente sobre la cubierta y ellas allá,
    a la distancia, saludando.
No habrá de ellas más presencia, tal vez una llamada
    por teléfono, una postal para enviar desde Daphni.
No estarán sus vestidos como banderas columpiándose en las
    alambradas.
Ni el roce de un perfume contra la tarde.
Nadie llevará rouge en los labios, el pelo suelto
    contra la espalda.
El monte Athos enhiesto será todo Zeus mas no Venus.
Las caderas serán estrechas y el grito de un niño la ilusión
    de un pájaro o un cerdo pequeño.
Habrá peces sí pero no el espejo de sus pieles.
Por los corredores de los monasterios no repicará el
    taconeo de sus zapatos.
Ausencia habrá de cierto orden, la inefable disciplina que
    conllevan.
No habrá el silencio que viene con su silencio, ni alegría,
    ni rabia, ni tormento.
Narra la historia que un icono de la Virgen, furioso,
    le incriminó a la emperatriz Pulcheria cuando
visitaba el monasterio de Vatopedi:
“No sigas adelante, en este lugar     hay otra Reina y no eres tú.”
Nada de mujer, hembra o animal femenino caminará entonces por    
veredas, montes o el cuartel de los monjes alucinados.
[Cierto es que en Pantocrátoras vi gallinas precedidas de
    polluelos y en Docheiariou maullaban gatas por los gatos]
“Sólo con la divinidad es la cópula permitida”, decía el monje
    Palamás con su acento de Oxford.
“Sólo en la noche la oración bendice las almas”, decía el eremita
    de Santa Ana.
“El sucio”, un aprendiz de monje que a todo huele a la distancia,
    ríe en su griego de entredientes y al monje mayor sirve: “No
    hubo ni habrá mujeres en este santuario”, dice.
¿Y cómo sería si ellas vinieran y lo limpiaran todo?, nos preguntamos.
No ver mujeres por días y ya ahí mismo nos hacen falta.
No aquí, decidimos.
Dejemos esto para saber que existen,
y que por ellas existimos.
Lo mismo estos monjes que las ven a la distancia.

NO WOMEN, GIRLS, OR FEMALE ANIMALS

From this point on there will be no more women.
The gangplank has been lifted and there they are
    in the distance, waving.
Their presence will be erased, perhaps a phone call,
    a post card to be sent from Daphni.
There will be no more dresses flapping on the clothesline like
flags.
No touch of perfume against the afternoon.
No one will wear lipstick or their hair down.
Mount Athos, upright and tall, will be all Zeus and no Venus.
Hips will be narrow and the cry of a baby an illusion created
by a bird or small pig.
Indeed there will be fish, but not the mirror of their scales.
The peal of high heels will not resound through monastery halls.
There will be a certain lack of order, that indescribable
    discipline that they bring with them.
Gone will be the silence which comes with their silence,
    gone the joy, the rage, the torment.
An old tale has it that an enraged icon of the Virgin chastised
    Empress Pulcheria when she visited the Vatopedi monastery: “Not
    another step. Here another queen reigns and it is not you.”
No woman, girl or female animal will walk along the paths, up the
    mountains or through the quarters of the transported monks.
(Though it is true that in Pantokratoras I saw hens preceded by
    chicks and in Docheiariou she-cats wailed for toms).
“Copulation is permitted only with the Divinity,”
    said Brother Palamas in his Oxford English.
“Only at night do prayers bless our souls,”
    said the hermit at Santa Ana.
“The Dirty One”, a monk's apprentice who even from a distance
emanates a wide variety of odors, laughs in his mumbled Greek
and serves the older monk: “There never has been nor will there
ever be women in this sanctuary,” he says.
And what would it be like if they came and cleaned up everything?
    we ask ourselves.
We won't be seeing women for days and we already need them
here and now.
Not here,  we decide.
Let's end this just knowing they exist
and that because of them we exist.
Just like these monks who watch them from a distance.
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