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Gedicht

Rafael Alcides

LETTER TO RUBÉN

My son,
meal and tender
of my tenderness,
lightest of all angels:
from today on
you are the exiled one,
who sets the table under other skies
and makes his bed
wherever he can,
who awakes in deep night
terrified and rushes
in the morning
to look under the door
for a possible letter
that might for a moment
return him to the neighborhood,
the street, the house
where joy flowed like a river,
the dog, the cat,
the smell of Sunday dinners,
everything good and eternal,
the only eternity
of all that was lost
back there, far away,
when the plane like a sad bird
left, saying goodbye;
he who wanders and dreams
as a stranger far from the fatherland,
tolerated, and at times,
with some luck, a protégé
to whom people give overcoats
and shoes they were going to throw away. 

But we,
alone and sad,
grieving,
half dead,
who have seen the plane fly away
--without knowing if it will return
or if we'll be alive when it does--
we the hapless ones
who smoke and grow old
and take sedatives
waiting for the mailman,
we--where,
where?
What country are we in now?
The country far from all that is loved?
The country where a place setting is missing from the table,
where there is always an extra bed. . .?

My child who wound up so far away,
God and I and the mockingbird
that sang by the window know: 

the place where one lives amid firing squads and deadbolts
is also an exile. And thus,
with a diamond ring
or a hammer in our hand,
all of us born here are exiles. All of us.
Those who left
and those who stayed behind.

And there aren't
words in our language
or movies on earth
to make the accusation:
millions of mutilated beings
exchanging kisses, memories and sighs
across the sea.

Call,
son. Write.
Send me a photo.

CARTA A RUBÉN

CARTA A RUBÉN

Hijo mío,
harina, ternura
de mis ternuras,
ángel mas leve que los ángeles:
desde hoy en adelante
eres el exiliado,
el que bajo otros cielos
organiza su cama y su mesa
donde puede,
el que en la alta noche
despierta asustado y presuroso
corre por la mañana
a buscar debajo de la puerta
la posible carta
que por un instante
le devuelva el barrio,
la calle, la casa
por donde pasaba la dicha como un río,
el perro, el gato,
el olor de los almuerzos del domingo,
todo lo bueno y eterno,
lo único eterno,
cuanto quedó perdido
allá atrás, muy lejos
cuando el avión como un pájaro triste
se fue diciendo adiós.
El que deambula y sueña
lejos de la patria, el extraño,
el tolerado --y, a veces,
con suerte, el protegido
al que se le regalan los abrigos
y los zapatos que se iban a botar. 

Pero nosotros,
nosotros los solos,
los tristes,
los luctuosos,
los que medio muertos
hemos visto partir el avión
-sin saber si volverá
o si estaremos vivos por entonces-,
nosotros, esos desventurados
que fuman y envejecen
y consumen barbitúricos,
esperando al cartero,
nosotros, ¿dónde,
adónde,
en qué patria estamos ahora?
¿La patria lejos de lo que se ama. . .?
¿La patria donde falta un cubierto a la mesa,
donde siempre sobra una cama. . .? 

Dios y yo y el sinsonte
que cantaba en la ventana
lo sabemos, niño mío que fuiste a dar tan lejos:
donde se vive entre paredones y cerrojos
también es el exilio. Y así,
con anillo de diamantes
o martillo en la mano,
todos los de Acá
somos exiliados. Todos.
Los que se fueron
y los que se quedaron. 

Y no hay, no hay
palabras en la lengua
ni películas en el mundo
para hacer la acusación:
millones de seres mutilados
intercambiando besos, recuerdos y suspiros
por encima de la mar. 

Telefonea,
hijo. Escribe.
Mándame una foto.

Rafael Alcides

Rafael Alcides

(Cuba, 1933 - 2018)

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CARTA A RUBÉN

Hijo mío,
harina, ternura
de mis ternuras,
ángel mas leve que los ángeles:
desde hoy en adelante
eres el exiliado,
el que bajo otros cielos
organiza su cama y su mesa
donde puede,
el que en la alta noche
despierta asustado y presuroso
corre por la mañana
a buscar debajo de la puerta
la posible carta
que por un instante
le devuelva el barrio,
la calle, la casa
por donde pasaba la dicha como un río,
el perro, el gato,
el olor de los almuerzos del domingo,
todo lo bueno y eterno,
lo único eterno,
cuanto quedó perdido
allá atrás, muy lejos
cuando el avión como un pájaro triste
se fue diciendo adiós.
El que deambula y sueña
lejos de la patria, el extraño,
el tolerado --y, a veces,
con suerte, el protegido
al que se le regalan los abrigos
y los zapatos que se iban a botar. 

Pero nosotros,
nosotros los solos,
los tristes,
los luctuosos,
los que medio muertos
hemos visto partir el avión
-sin saber si volverá
o si estaremos vivos por entonces-,
nosotros, esos desventurados
que fuman y envejecen
y consumen barbitúricos,
esperando al cartero,
nosotros, ¿dónde,
adónde,
en qué patria estamos ahora?
¿La patria lejos de lo que se ama. . .?
¿La patria donde falta un cubierto a la mesa,
donde siempre sobra una cama. . .? 

Dios y yo y el sinsonte
que cantaba en la ventana
lo sabemos, niño mío que fuiste a dar tan lejos:
donde se vive entre paredones y cerrojos
también es el exilio. Y así,
con anillo de diamantes
o martillo en la mano,
todos los de Acá
somos exiliados. Todos.
Los que se fueron
y los que se quedaron. 

Y no hay, no hay
palabras en la lengua
ni películas en el mundo
para hacer la acusación:
millones de seres mutilados
intercambiando besos, recuerdos y suspiros
por encima de la mar. 

Telefonea,
hijo. Escribe.
Mándame una foto.

LETTER TO RUBÉN

My son,
meal and tender
of my tenderness,
lightest of all angels:
from today on
you are the exiled one,
who sets the table under other skies
and makes his bed
wherever he can,
who awakes in deep night
terrified and rushes
in the morning
to look under the door
for a possible letter
that might for a moment
return him to the neighborhood,
the street, the house
where joy flowed like a river,
the dog, the cat,
the smell of Sunday dinners,
everything good and eternal,
the only eternity
of all that was lost
back there, far away,
when the plane like a sad bird
left, saying goodbye;
he who wanders and dreams
as a stranger far from the fatherland,
tolerated, and at times,
with some luck, a protégé
to whom people give overcoats
and shoes they were going to throw away. 

But we,
alone and sad,
grieving,
half dead,
who have seen the plane fly away
--without knowing if it will return
or if we'll be alive when it does--
we the hapless ones
who smoke and grow old
and take sedatives
waiting for the mailman,
we--where,
where?
What country are we in now?
The country far from all that is loved?
The country where a place setting is missing from the table,
where there is always an extra bed. . .?

My child who wound up so far away,
God and I and the mockingbird
that sang by the window know: 

the place where one lives amid firing squads and deadbolts
is also an exile. And thus,
with a diamond ring
or a hammer in our hand,
all of us born here are exiles. All of us.
Those who left
and those who stayed behind.

And there aren't
words in our language
or movies on earth
to make the accusation:
millions of mutilated beings
exchanging kisses, memories and sighs
across the sea.

Call,
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