Gedicht
William Agudelo
Joaquín-Chiquito, the Gaucho Minstrel
I remember his rubber fingersgroping for the melody and the very fast
taps on the bass strings as on the adding machine
(because he still is – ever since I was little –
the accountant in the grain thresher
the only factory there was then in Bolombolo
besides my grandfather’s soap factory).
My father, not him, tells about the time in Bogota
when he was object of the highest praise ever given
by Andrés Segovia to a Colombian guitar player
and the fact is you have to see and listen to him
when he is inspired in the evening after work
and the sun illuminates everything sideways
(and I can’t recall him without the bridge
far off on the river Cauca like a thin golden necklace
or the golden round clouds of dust
raised by the trucks passing by
the persistent chirping of the cicadas
in the carob trees and on the surface of the slow
chocolate water of the Cauca thousands
of shiny dashes sliding like termites
the first lightbulbs on in the church and the brothels
the group of old men in don Luis Cadavid’s store
with their fine cigars and their white hats)
the box of his ribs resounds with the guitar
to the vibrating strums by his tough long fingernails
and the chords of his gnarled outstretched fingers.
In the thirties and forties he was the leader of a famous trio
The Payadores I saw them once
in a yellowish studio photo:
serious in black smocks, the hair parted as Gardel
the eyes sad – my uncle absorbed in a mi major –
One day, drunk and overbearing, he puts his “Zebra”
on the railway track he’s never had one like it
and gives away all the guitars he gets
as if he could no longer wrench from them more laments and sobs.
Ah! Hugo del Carril, Magaldi, Gardel, Atahualpa Yupanqui,
Antonio Tormo, los Trovadores del Cuyo and the doleful
Ecuadorian pasillos mother’s letter talks about his cancer
in the throat and I have felt a great desire to listen
– sitting by the trucks loaded with coffee
his eyes tense like cigarette embers –
to the song about the dead guerrilla
he had just written the last time I saw him.
© Translation: 2009, Nicolás Suescún
Joaquín-Chiquito el payador
Joaquín-Chiquito el payador
Me acuerdo de sus dedos de cauchoentresacando la melodía y los bordonazos
tan rápidos entre las cuerdas como en la sumadora
(porque aún es – desde que yo estaba pequeño –
el contador general y único de la trilladora
la única fábrica que había entonces en Bolombolo
junto con la jabonería de mi abuelo).
Cuenta mi padre, no él, que en Bogotá recibió
del propio Andrés Segovia el elogio más grande
hecho a un guitarrista en Colombia
y es que hay que verlo y oírlo en las tardes
cuando está en vena después de la oficina
cuando el sol alumbra todo de refilón
(y no puedo recordarlo sin recordar el puente
a lo lejos sobre el Cauca como una gargantilla de oro
y de oro las nubes de polvo redondas
que levantan los camiones
más insistente el triste chirrido de las chicharras
en los algarrobos y en la superficie del agua lenta
chocolatosa del Cauca miles de rayitas brillantes
que se deslizan como comejenes
las primeras bombillas ya encendidas en la iglesia y en los burdeles
el grupo de viejos en la tienda de don Luis Cadavid
con sus puros de anillo y sus sombreros blancos)
con la guitarra le resuena el cajón de las costillas
tiemblan las bordonas a sus recios uñazos
y los acordes en sus dedos arqueados hacia fuera.
Entre los 30 y los 40 fue el líder de un trío famoso
Los Payadores yo alcancé a verlos
en una foto de estudio amarillenta:
serios de smoking negro, la raya a lo Gardel,
muy tristes los ojos – mi tío abstraído en un mi β mayor –
Un día, borracho y soberbio, le puso al tren su “Cebra”
nunca ha vuelto a tener algo tan bueno como una “Cebra”
porque regala las guitarras que consigue
como si ya no pudiera arrancarles más quejidos y lloriqueos.
¡Ah! Hugo del Carril, Magaldi, Gardel, Atahualpa Yupanqui,
Antonio Tormo, los Trovadores del Cuyo y los tristísimos
pasillos ecuatorianos la carta de mamá habla de cáncer
en la garganta y he sentido un inmenso deseo de oírle
sentados junto a los camiones cargados de café
– sus ojos apretados como brasas de cigarrillo –
la canción del guerrillero muerto
que recién había compuesto la última vez que lo vi.
© 1970, William Agudelo
From: Nuestro lecho es de flores
Publisher: Joaquín Mortiz, Mexico
From: Nuestro lecho es de flores
Publisher: Joaquín Mortiz, Mexico
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Joaquín-Chiquito el payador
Me acuerdo de sus dedos de cauchoentresacando la melodía y los bordonazos
tan rápidos entre las cuerdas como en la sumadora
(porque aún es – desde que yo estaba pequeño –
el contador general y único de la trilladora
la única fábrica que había entonces en Bolombolo
junto con la jabonería de mi abuelo).
Cuenta mi padre, no él, que en Bogotá recibió
del propio Andrés Segovia el elogio más grande
hecho a un guitarrista en Colombia
y es que hay que verlo y oírlo en las tardes
cuando está en vena después de la oficina
cuando el sol alumbra todo de refilón
(y no puedo recordarlo sin recordar el puente
a lo lejos sobre el Cauca como una gargantilla de oro
y de oro las nubes de polvo redondas
que levantan los camiones
más insistente el triste chirrido de las chicharras
en los algarrobos y en la superficie del agua lenta
chocolatosa del Cauca miles de rayitas brillantes
que se deslizan como comejenes
las primeras bombillas ya encendidas en la iglesia y en los burdeles
el grupo de viejos en la tienda de don Luis Cadavid
con sus puros de anillo y sus sombreros blancos)
con la guitarra le resuena el cajón de las costillas
tiemblan las bordonas a sus recios uñazos
y los acordes en sus dedos arqueados hacia fuera.
Entre los 30 y los 40 fue el líder de un trío famoso
Los Payadores yo alcancé a verlos
en una foto de estudio amarillenta:
serios de smoking negro, la raya a lo Gardel,
muy tristes los ojos – mi tío abstraído en un mi β mayor –
Un día, borracho y soberbio, le puso al tren su “Cebra”
nunca ha vuelto a tener algo tan bueno como una “Cebra”
porque regala las guitarras que consigue
como si ya no pudiera arrancarles más quejidos y lloriqueos.
¡Ah! Hugo del Carril, Magaldi, Gardel, Atahualpa Yupanqui,
Antonio Tormo, los Trovadores del Cuyo y los tristísimos
pasillos ecuatorianos la carta de mamá habla de cáncer
en la garganta y he sentido un inmenso deseo de oírle
sentados junto a los camiones cargados de café
– sus ojos apretados como brasas de cigarrillo –
la canción del guerrillero muerto
que recién había compuesto la última vez que lo vi.
From: Nuestro lecho es de flores
Joaquín-Chiquito, the Gaucho Minstrel
I remember his rubber fingersgroping for the melody and the very fast
taps on the bass strings as on the adding machine
(because he still is – ever since I was little –
the accountant in the grain thresher
the only factory there was then in Bolombolo
besides my grandfather’s soap factory).
My father, not him, tells about the time in Bogota
when he was object of the highest praise ever given
by Andrés Segovia to a Colombian guitar player
and the fact is you have to see and listen to him
when he is inspired in the evening after work
and the sun illuminates everything sideways
(and I can’t recall him without the bridge
far off on the river Cauca like a thin golden necklace
or the golden round clouds of dust
raised by the trucks passing by
the persistent chirping of the cicadas
in the carob trees and on the surface of the slow
chocolate water of the Cauca thousands
of shiny dashes sliding like termites
the first lightbulbs on in the church and the brothels
the group of old men in don Luis Cadavid’s store
with their fine cigars and their white hats)
the box of his ribs resounds with the guitar
to the vibrating strums by his tough long fingernails
and the chords of his gnarled outstretched fingers.
In the thirties and forties he was the leader of a famous trio
The Payadores I saw them once
in a yellowish studio photo:
serious in black smocks, the hair parted as Gardel
the eyes sad – my uncle absorbed in a mi major –
One day, drunk and overbearing, he puts his “Zebra”
on the railway track he’s never had one like it
and gives away all the guitars he gets
as if he could no longer wrench from them more laments and sobs.
Ah! Hugo del Carril, Magaldi, Gardel, Atahualpa Yupanqui,
Antonio Tormo, los Trovadores del Cuyo and the doleful
Ecuadorian pasillos mother’s letter talks about his cancer
in the throat and I have felt a great desire to listen
– sitting by the trucks loaded with coffee
his eyes tense like cigarette embers –
to the song about the dead guerrilla
he had just written the last time I saw him.
© 2009, Nicolás Suescún
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