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Gedicht

Jotamario Arbeláez

THE PROPHET AT HOME

I live in a workers neighborhood, in an old house, in slippers, 
and on the same table where my father at night
cuts the pants that he must have ready the next day
so that the nine of us can all sit at the dining table,
so that the roof doesn’t collapse in the rainy season,
so that the shoepolish of decency shine on our feet,
I write my hermetic poems, I turn grammar upside down,
and I aspire to possess a world I cannot have
and read Paul Valéry and Tristan Tzara.

This table where my father has brought forth so many woollen cloth pants
has also felt my absurd words running along its back,
since it was lit with a Coleman lamp
until now when I curse it with my intellectual spittle.
Its immemorial drawers are still good for keeping scissors,
seventy centimeter tape measures, notebooks with clients\' measurements
who today will have children of the same size, samples of English woollen cloths
previous to the invention of fashion,
and the crevices in its wood have been filled with chalk dust.
My childhood was conducted between its legs
contemplating my father on the billiard table of his work
with so many illusions about my growing up.
My education was paid with loaves of bread that time would multiply.
But I grew up in indifference, in the lazy sun, in dreams.
Only the legs of love, only the cups of laughter, and
on the mattresses of nihilism did I lose the feathers of my wings.

I write hermetic poems, but from time to time I think.
I think, for example, that all of this must change,
that we must smile the length of the living room to the kitchen,
that we must be on the side of life like plants in tin cans,
and proclaim victory under the shower of splendorous mornings.
So that my sisters will not be ashamed when they are asked on the street:
“What is your brother doing?”
“When is he going to shave his beard?
“If he is so intelligent why doesn´t he work in a bank?
Because the devil made me a poet so that I would burn still alive.

Buses pass swiftly bound for the war of the day
raising terrific clouds of dust that come into the house
through the windows, through the roof, through the cracks in the door
greying the hermeticism of my poems and my readings.
I sneeze like a good bourgeois who has caught a cold at alpine heights.
I blaspheme then and go out onto the street in my bathrobe to rest
and watch many barefoot children with coffee sieves chasing
the butterflies that the rainy season has sent,
and I see a dog running after motorcyles
or raising a hind leg at dried up fire hydrants,
and I see many men digging furrows on the street with shovels
to plant more modern and powerful sewers.

The lady that gives injections passes by with her unstitched bag
and says hellow to me how are you young man how’s your mother
and my mother singing and singing in the kitchen before a pile of dishes
or my dirty shirts which she still tenderly caresses.

A boy comes to the door to ask me to sell him an ice-cream
drawn by the notice that Estrella pinned on the window.
I tell him the refrigerator is broken
(the truth is I am too lazy to sell it to him).
And the boy goes away with his cropped head
receiving the yo-yo of the sun going up and down in the firmament
and a rubber ball thrown at him from the next street.
How to find words that say something that is not anything?

On the corner several shoemakers polish shoes on a lathe
and the sweat of joy trickles on their shirtless breasts
and I fancy sitting by their side to listen to them talk
about little things, about their families, about glue,
boxing champions, the girls in the “Tunjo de Oro”,
but I’am afraid of boring them, besides I know they’re in a foul mood
with me because they think I am a good-for-nothing and an out and out loafer.
The young girl who works in the Sears store studies English
and wears a red skirt too tight for her age
hurries out onto the street to wait for the bus gives me
a smile as if I were already dead.
From the carpenters
drifts the odor of glue, of shavings that fly in the air,
and the circular saw sings while making school desks.

There are so many things to look at in the street,
the nests on the electric wires, the rat
dead since Saturday on the Friday newspapers,
the shopkeeper snoozing under his parasol
his whiskers bombarded by flies,
the construction worker laying down curved tiles in the new house
and shouting to his assistant to bring him up his hammer,
in this atmosphere it is impossible to be a hermetic poet, I say,
what kind of a poet am I so moved by life,
so I put on my slippers and I go into the house to go to bed
because soon the school boys will come out with their slingshots.

EL PROFETA EN SU CASA

EL PROFETA EN SU CASA

Vivo en un barrio obrero, en una casa vieja, en pantuflas, 
y sobre la misma mesa donde mi padre por las noches
corta los pantalones que ha de entregar al otro día
para que los nueve que somos quepamos en el comedor,
para que el techo no se desplome por las lluvias,
para que en nuestros pies brille el betún de la decencia,
escribo mis poemas herméticos, trastorno la gramática,
me doy en poseer un mundo que no tengo,
leo a Paul Valéry y a Tristan Tzara.

Esta mesa donde mi padre ha parido tantos pantalones de paño
ha sentido sobre su lomo también correr mis palabras absurdas,
desde cuando él se iluminaba con una lámpara Coleman
hasta ahora que yo la profano con mis babas intelectuales.
Sus gavetas inmemoriales aún sirven para guardar las tijeras,
metros de setenta centímetros, libretas con medidas de clientes
que hoy tendrán hijos con las mismas, muestrarios de paños ingleses
anteriores a la invención de la moda,
y las grietas de su madera con tiza de polvo se han llenado.
Entre sus patas se levantó mi infancia
contemplando a mi padre en el billar de su trabajo
con tantas ilusiones puestas en mí cuando creciera.
Mi educación fue pagada con panes que el tiempo multiplicaría.
Pero crecí para la indiferencia, para el ocioso sol, para los sueños.
Solo las piernas del amor, solo las copas de la risa,
en los colchones del nihilismo perdí las plumas de mi vuelo.

Escribo mis poemas herméticos, pero de vez en cuando pienso.
Pienso, por ejemplo, que esto debe cambiar,
que debemos sonreír todos de la sala hasta la cocina,
estar del lado de la vida como las matas de los tarros,
cantar victoria bajo la lucha de las mañanas esplendentes.
Que mis hermanas no se avergüencen cuando en la calle les preguntan:
“¿Qué está haciendo su hermano?”
“¿Cuándo se va a afeitar la barba?”
“¿Si es tan inteligente por qué no trabajo en un banco?”
Pero el diablo me hizo poeta para que ardiera en plena vida.

Los buses pasan veloces rumbo a la guerra del día
levantando una polvareda bestial que penetra en la casa
por las ventanas, por el techo, por las hendijas de la puerta
dejando rucio el hermetismo de mis poemas y lecturas.
Estornudo como un buen burgués que se ha resfriado en los montes alpinos.
Blasfemo entonces y en bata salgo a la calle a descansar
y veo muchos niños descalzos con coladores de café
persiguiendo mariposas que el invierno ha mandado adelante,
y veo e perro corriendo detrás de las motocicletas
o levantando la pata contra los hidrantes resecos,
y veo muchos hombres con palas levantando surcos en las calles
para sembrar alcantarillas más modernas y poderosas.

La señora que aplica las inyecciones pasa con su maletín descosido
y me saluda buenas tardes joven cómo está su mamá
y mi mamá cante que cante en la cocina frente a una pila de platos
o frente a mis camisas sucias que aún caricia con ternura.

Un niño se acerca a la puerta a pedirme que le venda un helado
atraído por el aviso que clavó Estrella en la ventana.
Yo le digo que la nevera está dañada
(en realidad me da mucha pereza venderlo).
Y el niño se marcha con su cabecito pelada
recibiendo el yoyo del sol que sube y baja en el firmamento
y una pelota de caucho que le lanzan desde la otra cuadra.
¿Cómo encontrar palabras que digan algo que no es algo?

En la esquina varios obreros pulen zapatos en un torno
y por sus pechos sin camisa rueda el sudor de la alegría
y me provoca ir a sentarme junto a ellos a oírles hablar
de sus cosas particulares, de sus familias, del engrudo,
de los campeones de box, de las chicas del “Tunjo de Oro”,
pero me da miedo aburrirlos, sé además que me tienen bronca
pues piensan que soy un inútil y un haragán de siete suelas.
La muchachita que trabaja en el almacén Sears, estudia inglés
y usa una falda roja demasiado ceñida para su edad
sale a esperar el bus apresuradamente y me sonríe
como si ya estuviera muerto.
De la carpintería
emerge el olor de la cola, virutas vuelan por el aire,
canta la sierra circular construyendo pupitres.

Hay tantas cosas para mirar en esta calle,
los nidos en las cuerdas de la luz, la rata
muerta desde el sábado entre los periódicos del viernes,
el tendero dormitando bajo su parasol
con el bigote bombardeado por los moscos,
el albañil poniendo tejas en la casa nueva
y gritándole al ayudante que le suba el martillo,
en este ambiente es imposible ser un poeta hermético, digo,
qué clase de poeta soy yo que me emociono con la vida,
calzo mis arrastraderas y me entro a acostar
porque no demoran en salir a la escuela los niños con sus caucheras.
Jotamario Arbeláez

Jotamario Arbeláez

(Colombia, 1944)

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EL PROFETA EN SU CASA

Vivo en un barrio obrero, en una casa vieja, en pantuflas, 
y sobre la misma mesa donde mi padre por las noches
corta los pantalones que ha de entregar al otro día
para que los nueve que somos quepamos en el comedor,
para que el techo no se desplome por las lluvias,
para que en nuestros pies brille el betún de la decencia,
escribo mis poemas herméticos, trastorno la gramática,
me doy en poseer un mundo que no tengo,
leo a Paul Valéry y a Tristan Tzara.

Esta mesa donde mi padre ha parido tantos pantalones de paño
ha sentido sobre su lomo también correr mis palabras absurdas,
desde cuando él se iluminaba con una lámpara Coleman
hasta ahora que yo la profano con mis babas intelectuales.
Sus gavetas inmemoriales aún sirven para guardar las tijeras,
metros de setenta centímetros, libretas con medidas de clientes
que hoy tendrán hijos con las mismas, muestrarios de paños ingleses
anteriores a la invención de la moda,
y las grietas de su madera con tiza de polvo se han llenado.
Entre sus patas se levantó mi infancia
contemplando a mi padre en el billar de su trabajo
con tantas ilusiones puestas en mí cuando creciera.
Mi educación fue pagada con panes que el tiempo multiplicaría.
Pero crecí para la indiferencia, para el ocioso sol, para los sueños.
Solo las piernas del amor, solo las copas de la risa,
en los colchones del nihilismo perdí las plumas de mi vuelo.

Escribo mis poemas herméticos, pero de vez en cuando pienso.
Pienso, por ejemplo, que esto debe cambiar,
que debemos sonreír todos de la sala hasta la cocina,
estar del lado de la vida como las matas de los tarros,
cantar victoria bajo la lucha de las mañanas esplendentes.
Que mis hermanas no se avergüencen cuando en la calle les preguntan:
“¿Qué está haciendo su hermano?”
“¿Cuándo se va a afeitar la barba?”
“¿Si es tan inteligente por qué no trabajo en un banco?”
Pero el diablo me hizo poeta para que ardiera en plena vida.

Los buses pasan veloces rumbo a la guerra del día
levantando una polvareda bestial que penetra en la casa
por las ventanas, por el techo, por las hendijas de la puerta
dejando rucio el hermetismo de mis poemas y lecturas.
Estornudo como un buen burgués que se ha resfriado en los montes alpinos.
Blasfemo entonces y en bata salgo a la calle a descansar
y veo muchos niños descalzos con coladores de café
persiguiendo mariposas que el invierno ha mandado adelante,
y veo e perro corriendo detrás de las motocicletas
o levantando la pata contra los hidrantes resecos,
y veo muchos hombres con palas levantando surcos en las calles
para sembrar alcantarillas más modernas y poderosas.

La señora que aplica las inyecciones pasa con su maletín descosido
y me saluda buenas tardes joven cómo está su mamá
y mi mamá cante que cante en la cocina frente a una pila de platos
o frente a mis camisas sucias que aún caricia con ternura.

Un niño se acerca a la puerta a pedirme que le venda un helado
atraído por el aviso que clavó Estrella en la ventana.
Yo le digo que la nevera está dañada
(en realidad me da mucha pereza venderlo).
Y el niño se marcha con su cabecito pelada
recibiendo el yoyo del sol que sube y baja en el firmamento
y una pelota de caucho que le lanzan desde la otra cuadra.
¿Cómo encontrar palabras que digan algo que no es algo?

En la esquina varios obreros pulen zapatos en un torno
y por sus pechos sin camisa rueda el sudor de la alegría
y me provoca ir a sentarme junto a ellos a oírles hablar
de sus cosas particulares, de sus familias, del engrudo,
de los campeones de box, de las chicas del “Tunjo de Oro”,
pero me da miedo aburrirlos, sé además que me tienen bronca
pues piensan que soy un inútil y un haragán de siete suelas.
La muchachita que trabaja en el almacén Sears, estudia inglés
y usa una falda roja demasiado ceñida para su edad
sale a esperar el bus apresuradamente y me sonríe
como si ya estuviera muerto.
De la carpintería
emerge el olor de la cola, virutas vuelan por el aire,
canta la sierra circular construyendo pupitres.

Hay tantas cosas para mirar en esta calle,
los nidos en las cuerdas de la luz, la rata
muerta desde el sábado entre los periódicos del viernes,
el tendero dormitando bajo su parasol
con el bigote bombardeado por los moscos,
el albañil poniendo tejas en la casa nueva
y gritándole al ayudante que le suba el martillo,
en este ambiente es imposible ser un poeta hermético, digo,
qué clase de poeta soy yo que me emociono con la vida,
calzo mis arrastraderas y me entro a acostar
porque no demoran en salir a la escuela los niños con sus caucheras.

THE PROPHET AT HOME

I live in a workers neighborhood, in an old house, in slippers, 
and on the same table where my father at night
cuts the pants that he must have ready the next day
so that the nine of us can all sit at the dining table,
so that the roof doesn’t collapse in the rainy season,
so that the shoepolish of decency shine on our feet,
I write my hermetic poems, I turn grammar upside down,
and I aspire to possess a world I cannot have
and read Paul Valéry and Tristan Tzara.

This table where my father has brought forth so many woollen cloth pants
has also felt my absurd words running along its back,
since it was lit with a Coleman lamp
until now when I curse it with my intellectual spittle.
Its immemorial drawers are still good for keeping scissors,
seventy centimeter tape measures, notebooks with clients\' measurements
who today will have children of the same size, samples of English woollen cloths
previous to the invention of fashion,
and the crevices in its wood have been filled with chalk dust.
My childhood was conducted between its legs
contemplating my father on the billiard table of his work
with so many illusions about my growing up.
My education was paid with loaves of bread that time would multiply.
But I grew up in indifference, in the lazy sun, in dreams.
Only the legs of love, only the cups of laughter, and
on the mattresses of nihilism did I lose the feathers of my wings.

I write hermetic poems, but from time to time I think.
I think, for example, that all of this must change,
that we must smile the length of the living room to the kitchen,
that we must be on the side of life like plants in tin cans,
and proclaim victory under the shower of splendorous mornings.
So that my sisters will not be ashamed when they are asked on the street:
“What is your brother doing?”
“When is he going to shave his beard?
“If he is so intelligent why doesn´t he work in a bank?
Because the devil made me a poet so that I would burn still alive.

Buses pass swiftly bound for the war of the day
raising terrific clouds of dust that come into the house
through the windows, through the roof, through the cracks in the door
greying the hermeticism of my poems and my readings.
I sneeze like a good bourgeois who has caught a cold at alpine heights.
I blaspheme then and go out onto the street in my bathrobe to rest
and watch many barefoot children with coffee sieves chasing
the butterflies that the rainy season has sent,
and I see a dog running after motorcyles
or raising a hind leg at dried up fire hydrants,
and I see many men digging furrows on the street with shovels
to plant more modern and powerful sewers.

The lady that gives injections passes by with her unstitched bag
and says hellow to me how are you young man how’s your mother
and my mother singing and singing in the kitchen before a pile of dishes
or my dirty shirts which she still tenderly caresses.

A boy comes to the door to ask me to sell him an ice-cream
drawn by the notice that Estrella pinned on the window.
I tell him the refrigerator is broken
(the truth is I am too lazy to sell it to him).
And the boy goes away with his cropped head
receiving the yo-yo of the sun going up and down in the firmament
and a rubber ball thrown at him from the next street.
How to find words that say something that is not anything?

On the corner several shoemakers polish shoes on a lathe
and the sweat of joy trickles on their shirtless breasts
and I fancy sitting by their side to listen to them talk
about little things, about their families, about glue,
boxing champions, the girls in the “Tunjo de Oro”,
but I’am afraid of boring them, besides I know they’re in a foul mood
with me because they think I am a good-for-nothing and an out and out loafer.
The young girl who works in the Sears store studies English
and wears a red skirt too tight for her age
hurries out onto the street to wait for the bus gives me
a smile as if I were already dead.
From the carpenters
drifts the odor of glue, of shavings that fly in the air,
and the circular saw sings while making school desks.

There are so many things to look at in the street,
the nests on the electric wires, the rat
dead since Saturday on the Friday newspapers,
the shopkeeper snoozing under his parasol
his whiskers bombarded by flies,
the construction worker laying down curved tiles in the new house
and shouting to his assistant to bring him up his hammer,
in this atmosphere it is impossible to be a hermetic poet, I say,
what kind of a poet am I so moved by life,
so I put on my slippers and I go into the house to go to bed
because soon the school boys will come out with their slingshots.
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