Gedicht
Orietta Lozano
THE DEER AND THE ARMOUR
I am the red and dirtywar she said,
the boiling cauldron,
sadness, the desolate one,
the one of ashes and ruin,
the one who comes with the dead flock
and rests in the garden
of the sad pins.
I am the one who plucks the solitary lyre
in cathedrals and sepulchres,
I dance in the horizon amid the dead
leaving on their lips
the kiss of nettles and of sulphur.
I howl when someone cries . . .
But when I look behind many times
I tremble on remembering you so clean,
so afflicted, so naked.
I am him. The world, the great one,
the silent one, the ripped-apart.
On the paths of the high edges
looking down on the abysses,
I moan for the red one, the one without water or fish,
the one gone astray.
I summon the thirsty light of a gust of wind,
the conspiring weapon,
the lighted furnace,
the axe of torture, the chain.
Come, come near
the rampart, the shuddering tower
as far as the agonizing torch
and the dark and deep fire
beating its wings like a raven.
We are the menaced, haughty,
unexpected, arrogant world.
After the sudden bell
announcing the resurgence
of fire and the uproar,
we rush with the curved sword
and we touch the crimson
latch in the whispers of agony,
we shuffle the cards
looking for the head of the hanged one,
the lover’s amulet,
the crystal of an unexpected ace.
Hail to the man,
the butterfly and the serpent,
the mythic oil, ebony and grapes,
the ever changing wind
and the mysterious descent of the escarpments,
the gardens and the gallop scattering
prayers on the water of his steps.
I, the deranged one,
the executor of the night splinters
with my breast of sombre milk
I suckle the scales of the shaded valleys,
the machine of war
that severs
the sweet neck of rivers
and the aqueducts of eternal insomnia,
the chiaroscuro of basements,
walls,
arid markets.
I silently penetrate
and I yell through the holes,
I do not pursue anything
and I annihilate everything.
The immense work
is always about to be finished,
man has chosen me
as a future light
and I betray, I shatter,
I snort and roar.
With the light of a rigid
and lethal razor
I deface memory
and I take up residence
in the blind eye of the times.
I am the world, the divided one,
the fragmented one, the diverted one.
The atrocious plague with its head
of a thousand Medusa serpents
roars, rolls, and its body of leprosy
rots in the secret grove
where the chosen tree spreads its seed,
the bond of the waters,
the vertigo of the tribes and hives.
Hail to the man, the pyramid and the papyrus,
the silver line of the desert and the metropolis,
the light of the firefly and the light of writing,
the wood of the deer,
the arms of dawn,
the caverns where roots
and winds lodge.
I am the millenial one, the deluded one,
the one that awakens and roars
about the spell of the fountains
about the sleeping city
and the sleeping seas.
I am endowed with the remainders
of fire and metal,
with the steel blade and the armour,
with the cold of barbed wire
and putrid water,
under the rings of gusts of wind
and the frenzied cries of the sirens,
with eyes without pupil,
with the hermetic prayer
I avidly force my way
and make my nest
on abysses of ash,
and after the unbearable hunt
I suffer the mourning of the mute birds
and dead flowers,
the dryness of the drought
and the lament of tinplate,
the crushed moss
in the tears of the face.
Do not abandon me in this arid valley
where I have torn out my eyes,
guide me to the strayed green trails,
to the spirit of wheat and of the fig tree,
to the sweet swan and its solitary singing.
© Translation: 2008, Nicolás Suescún
EL CIERVO Y LA CORAZA
EL CIERVO Y LA CORAZA
Yo soy la guerraroja y sucia dijo ella,
la caldera hirviendo,
la tristeza, la desolada,
la de ceniza y ruina
la que viene con el rebaño muerto
y reposa en el jardín
de los tristes alfileres.
Soy la que tañe la lira solitaria
en catedrales y sepulcros,
en el horizonte danzo entre los muertos
dejando en sus labios
el beso de la ortiga y del azufre.
Aúllo cuando alguien llora...
Pero cuando miro atrás de muchos tiempos
tiemblo al recordarte tan limpio,
tan afligido, tan desnudo.
Yo soy él. El mundo, el grande,
el silencioso, el desgarrado.
Sobre los caminos de las orillas altas
que miran hacia los abismos,
gimo por la roja, por la sin aguas y sin peces,
por la extraviada.
Convoco la luz sedienta de una ráfaga,
la conspiradora arma,
el encendido horno,
el hacha de tortura, la cadena.
Ven, llégate acá,
hasta la muralla, la escalofriante torre,
hasta la tea agonizante
y el fuego negro y hondo
que aletea como el cuervo.
Somos el mundo amenazado,
soberbio, el inesperado, el arrogante.
Tras la repentina campana
que anuncia el resurgir
del fuego y el estruendo
nos arrojamos con la espalda corva
y tocamos la aldaba
encarnada en los murmullos de agonía,
barajamos las cartas
buscando la cabeza del ahorcado,
el amuleto del amante,
el cristal de un as inesperado.
Salve al hombre,
la mariposa y la serpiente,
el mítico aceite, el ébano y la uva,
el mutante viento,
y el descenso misterioso de los acantilados,
los jardines y el galope derramando
plegarias en el agua de sus pasos.
Yo la desquiciada,
el albacea de las astillas de la noche
con mi pecho de sombría leche
amamanto la balanza de los sombríos valles,
la máquina de guerra
que cercena
el dulce cuello de los ríos
y los acueductos del eterno insomnio,
el claroscuro de los sótanos,
los muros ,
los áridos mercados.
Penetro silenciosa
y por los agujeros vocifero,
no persigo nada
y todo lo aniquilo.
La inmensa obra
siempre está por concluir,
el hombre me ha elegido
como una luz futura
y yo traiciono, quebranto
bufo y bramo.
Con la luz de una cuchilla
rígida y mortífera
mutilo la memoria
y me fijo
en el ojo ciego de los tiempos.
Yo soy el mundo, el dividido,
el fragmentado, el desviado.
La atroz plaga con su cabeza
de las mil serpientes de medusa
ruge rueda y su cuerpo de lepra
se pudre en la secreta arboleda
donde expande su simiente el árbol elegido,
el vínculo de las aguas,
el vértigo de las tribus y colmenas.
Salve al hombre la pirámide y el papiro,
la línea plateada del desierto y la metrópoli,
la luz de la luciérnaga y la luz de la escritura,
el bosque de los ciervos,
los brazos de la aurora,
las cavernas donde se albergan
las raíces y los vientos.
Yo soy la milenaria, la ilusa
la que se despierta y ruge
sobre el hechizo de las fuentes
sobre la ciudad dormida
y los dormidos mares.
Estoy dotada con los restos
del fuego y el metal
con la hoja de acero y la coraza,
con el frío de los alambres de púas,
y el agua putrefacta,
bajo los anillos de las ráfagas
y los gritos frenéticos de las sirenas,
con los ojos sin pupila,
con la hermética plegaria
me abro paso ávida
y construyo mi nido
sobre abismos de ceniza,
y después de la insoportable caza
padezco el luto de los pájaros mudos
y las flores muertas,
la sequedad de la sequía
y el quejido de hojalata,
el musgo quebrantado
en la lágrima del rostro.
No me abandones en este valle reseco,
donde me he arrancado los ojos,
guíame a las verdes veredas extraviadas,
al espíritu del trigo y de la higuera,
al dulce cisne y su canto solitario.
© 2008, Orietta Lozano
From: La Barca de los extraviados
Publisher: First published on PIW,
From: La Barca de los extraviados
Publisher: First published on PIW,
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EL CIERVO Y LA CORAZA
Yo soy la guerraroja y sucia dijo ella,
la caldera hirviendo,
la tristeza, la desolada,
la de ceniza y ruina
la que viene con el rebaño muerto
y reposa en el jardín
de los tristes alfileres.
Soy la que tañe la lira solitaria
en catedrales y sepulcros,
en el horizonte danzo entre los muertos
dejando en sus labios
el beso de la ortiga y del azufre.
Aúllo cuando alguien llora...
Pero cuando miro atrás de muchos tiempos
tiemblo al recordarte tan limpio,
tan afligido, tan desnudo.
Yo soy él. El mundo, el grande,
el silencioso, el desgarrado.
Sobre los caminos de las orillas altas
que miran hacia los abismos,
gimo por la roja, por la sin aguas y sin peces,
por la extraviada.
Convoco la luz sedienta de una ráfaga,
la conspiradora arma,
el encendido horno,
el hacha de tortura, la cadena.
Ven, llégate acá,
hasta la muralla, la escalofriante torre,
hasta la tea agonizante
y el fuego negro y hondo
que aletea como el cuervo.
Somos el mundo amenazado,
soberbio, el inesperado, el arrogante.
Tras la repentina campana
que anuncia el resurgir
del fuego y el estruendo
nos arrojamos con la espalda corva
y tocamos la aldaba
encarnada en los murmullos de agonía,
barajamos las cartas
buscando la cabeza del ahorcado,
el amuleto del amante,
el cristal de un as inesperado.
Salve al hombre,
la mariposa y la serpiente,
el mítico aceite, el ébano y la uva,
el mutante viento,
y el descenso misterioso de los acantilados,
los jardines y el galope derramando
plegarias en el agua de sus pasos.
Yo la desquiciada,
el albacea de las astillas de la noche
con mi pecho de sombría leche
amamanto la balanza de los sombríos valles,
la máquina de guerra
que cercena
el dulce cuello de los ríos
y los acueductos del eterno insomnio,
el claroscuro de los sótanos,
los muros ,
los áridos mercados.
Penetro silenciosa
y por los agujeros vocifero,
no persigo nada
y todo lo aniquilo.
La inmensa obra
siempre está por concluir,
el hombre me ha elegido
como una luz futura
y yo traiciono, quebranto
bufo y bramo.
Con la luz de una cuchilla
rígida y mortífera
mutilo la memoria
y me fijo
en el ojo ciego de los tiempos.
Yo soy el mundo, el dividido,
el fragmentado, el desviado.
La atroz plaga con su cabeza
de las mil serpientes de medusa
ruge rueda y su cuerpo de lepra
se pudre en la secreta arboleda
donde expande su simiente el árbol elegido,
el vínculo de las aguas,
el vértigo de las tribus y colmenas.
Salve al hombre la pirámide y el papiro,
la línea plateada del desierto y la metrópoli,
la luz de la luciérnaga y la luz de la escritura,
el bosque de los ciervos,
los brazos de la aurora,
las cavernas donde se albergan
las raíces y los vientos.
Yo soy la milenaria, la ilusa
la que se despierta y ruge
sobre el hechizo de las fuentes
sobre la ciudad dormida
y los dormidos mares.
Estoy dotada con los restos
del fuego y el metal
con la hoja de acero y la coraza,
con el frío de los alambres de púas,
y el agua putrefacta,
bajo los anillos de las ráfagas
y los gritos frenéticos de las sirenas,
con los ojos sin pupila,
con la hermética plegaria
me abro paso ávida
y construyo mi nido
sobre abismos de ceniza,
y después de la insoportable caza
padezco el luto de los pájaros mudos
y las flores muertas,
la sequedad de la sequía
y el quejido de hojalata,
el musgo quebrantado
en la lágrima del rostro.
No me abandones en este valle reseco,
donde me he arrancado los ojos,
guíame a las verdes veredas extraviadas,
al espíritu del trigo y de la higuera,
al dulce cisne y su canto solitario.
From: La Barca de los extraviados
THE DEER AND THE ARMOUR
I am the red and dirtywar she said,
the boiling cauldron,
sadness, the desolate one,
the one of ashes and ruin,
the one who comes with the dead flock
and rests in the garden
of the sad pins.
I am the one who plucks the solitary lyre
in cathedrals and sepulchres,
I dance in the horizon amid the dead
leaving on their lips
the kiss of nettles and of sulphur.
I howl when someone cries . . .
But when I look behind many times
I tremble on remembering you so clean,
so afflicted, so naked.
I am him. The world, the great one,
the silent one, the ripped-apart.
On the paths of the high edges
looking down on the abysses,
I moan for the red one, the one without water or fish,
the one gone astray.
I summon the thirsty light of a gust of wind,
the conspiring weapon,
the lighted furnace,
the axe of torture, the chain.
Come, come near
the rampart, the shuddering tower
as far as the agonizing torch
and the dark and deep fire
beating its wings like a raven.
We are the menaced, haughty,
unexpected, arrogant world.
After the sudden bell
announcing the resurgence
of fire and the uproar,
we rush with the curved sword
and we touch the crimson
latch in the whispers of agony,
we shuffle the cards
looking for the head of the hanged one,
the lover’s amulet,
the crystal of an unexpected ace.
Hail to the man,
the butterfly and the serpent,
the mythic oil, ebony and grapes,
the ever changing wind
and the mysterious descent of the escarpments,
the gardens and the gallop scattering
prayers on the water of his steps.
I, the deranged one,
the executor of the night splinters
with my breast of sombre milk
I suckle the scales of the shaded valleys,
the machine of war
that severs
the sweet neck of rivers
and the aqueducts of eternal insomnia,
the chiaroscuro of basements,
walls,
arid markets.
I silently penetrate
and I yell through the holes,
I do not pursue anything
and I annihilate everything.
The immense work
is always about to be finished,
man has chosen me
as a future light
and I betray, I shatter,
I snort and roar.
With the light of a rigid
and lethal razor
I deface memory
and I take up residence
in the blind eye of the times.
I am the world, the divided one,
the fragmented one, the diverted one.
The atrocious plague with its head
of a thousand Medusa serpents
roars, rolls, and its body of leprosy
rots in the secret grove
where the chosen tree spreads its seed,
the bond of the waters,
the vertigo of the tribes and hives.
Hail to the man, the pyramid and the papyrus,
the silver line of the desert and the metropolis,
the light of the firefly and the light of writing,
the wood of the deer,
the arms of dawn,
the caverns where roots
and winds lodge.
I am the millenial one, the deluded one,
the one that awakens and roars
about the spell of the fountains
about the sleeping city
and the sleeping seas.
I am endowed with the remainders
of fire and metal,
with the steel blade and the armour,
with the cold of barbed wire
and putrid water,
under the rings of gusts of wind
and the frenzied cries of the sirens,
with eyes without pupil,
with the hermetic prayer
I avidly force my way
and make my nest
on abysses of ash,
and after the unbearable hunt
I suffer the mourning of the mute birds
and dead flowers,
the dryness of the drought
and the lament of tinplate,
the crushed moss
in the tears of the face.
Do not abandon me in this arid valley
where I have torn out my eyes,
guide me to the strayed green trails,
to the spirit of wheat and of the fig tree,
to the sweet swan and its solitary singing.
© 2008, Nicolás Suescún
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